Más tarde, pasé a leer tres relatos de Charles (Leonard) Harness (1915-2005), escritor norteamericano.
“The Rose”, publicado en 1953 en Gran Bretaña, que no apareció en Estados Unidos ¡hasta 1969! Relato largo. Una de las historias más barrocas que he leído nunca, que no es fácil de desentrañar frase a frase, si no que hay que leerla como una idea en conjunto. Una parábola sobre un gran estallido nuclear. Y seguramente es uno de los orígenes de eso que luego pasó a considerarse como “cyberpunk”. La progresiva transformación de los dos protagonistas en una especie de criatura metálica capaz de sentir un amor incontrolable. Y con una sensibilidad hacia el metal de lo más sugerente. Me pareció ver entrelíneas al “Tetsuo” (1989) del cineasta japonés Shinja Tsukamoto. Una especie de joyita literaria, fuera de onda, bastante críptica (más si es leída en su original inglés) que ha pasado a la historia por su calidad y originalidad.
“The Chessplayers” (1953) es un divertimento sobre el ajedrez, que se lee con mucha más relajación que el anterior título.
Y como colofón, “The New Reality” (¡1950!), sin duda, la historia que más me impactó, y que prefigura los cambios de realidad de Dick, con un protagonista que a través de la deducción consigue desentrañar el gran plan destructor de un mad doctor de lo más convincente. Se insiste en la red sobre la idea de que esta es una historia sobre el comienzo Adán-y-Eva-esco mejor lograda nunca, y puede ser así, aunque mi lectura fue mucho más romántica. La pareja del final sobrevive a la nueva realidad creada. Y solamente por seguir las deducciones históricas que se citan, vale la pena leer esta obra maestra de la ciencia ficción. Y tiene también un sabor lovecraftiano, pues lo que se sugiere es mucho más de lo que se puede leer en el texto. Magnífico relato.
Así pues, esta pequeña antología de relatos de Harness se puede considerar como imprescindible y un ejemplo más de que hay por ahí, escondidos en forma de relatos publicados en antologías, verdaderas gemas que hay que saber encontrarlas. El concepto de Antología en la ciencia ficción funciona bastante bien, lástima que muchas veces los relatos escogidos lo sean por razones concretas pertenecientes a su época (a día de hoy faltas de interés), tendentes a la búsqueda de un efecto puntual, o al sentido del humor. Y lo que se editó en castellano durante los años 70 y 80 (que fue muchísimo, -Bruguera principalmente-) sufre muchísimo de estos problemas. Lo que queda es zambullirse e intentar rastrear lo que más nos pueda interesar personalmente (como también ocurre con las antologías de cuentos de miedo, de fantasmas, del mar, góticos, etc, etc…).
Hoy en día se editan con cualquier supuesto tema común. Ejemplo: Crawling Horror: Creeping Tales of the Insect Weird, publicado por la Bristish Library Shop. De este rastreo surgen autores que tienen una personalidad propia, y les podemos seguir la pista en la medida de lo posible. En el caso de Harness, tengo por ahí una edición en castellano, “Los hombres paradójicos”. Nunca se sabe.
Mi edición
De aquí un salto a Territorio Delany. Samuel R Delany. En su momento, hace un par de años, leí “Dhalgren”, sin duda una de las lecturas más potentes que he hecho nunca. Ver entradas aquí y aquí en este mismo blog. Esta vez he atacado “The Fall of the Towers”, un volumen que incluye tres novelas cortas a las que Delany dio forma final de trilogía (1970). Material realmente escrito entre 1963 y 1965. La primera es “Captives of The Flame” (1963), que más tarde será “Out of the Dead City” (revisada en 1968 -el historial de revisiones de Delany sobre su propia obra daría para un gran libro-).
La segunda, “The Towers of Toron” (1964).
La tercera, “City Of A Thousand Suns” (1965). Resumiendo, esta trilogía es una “space-opera” de toda la vida, pero con un cariz intelectual añadido, y el estilo personalísimo de Delany. Es decir, francamente recomendable para los que gustan de las aventuras marcianas de la “Edad de Oro” que quieran dar el salto a algo más serio. Esto y mucho más.
Principalmente, se puede decir que en estas tres historias, sobre todo en la segunda y tercera, se prefigura el esqueleto de “Dhalgren”. En esta última novela desaparece por así decirlo el hilo argumental más clásico, y se puede decir que no hay un argumento como tal. Es la narración de lo que ocurre en una ciudad imposible, con una serie de personajes atrapados en un estado tanto psicológico como físico, produciéndose continuas interrelaciones. En “The Fall of the Towers” hay argumento, un hilo explicativo, más o menos satisfactorio, aunque nunca muy claro. Sobre todo, si el nudo gordiano de lo que ocurre depende de una especie de Consejo Interestelar en el que se toman una serie de decisiones, a años luz del planeta Tierra. En Toromon, el reino de las torres, hay fundamentalmente una guerra. Hay prisioneros que trabajan en las minas. Seres del bosque. Pescadores. Los nuevos Neardenthales. Inmigrantes que llegan a la capital en busca de mejores condiciones de vida. “Devil’s Pot” se llama el centro o “Casco Antiguo” de la capital. No sería descabellado encontrarse allí por la noche con personajes como Jack el Destripador o Mr. Hyde. Y más allá de la ciudad, una barrera radioactiva que separa la ciudad del resto del planeta, tras la última gran hecatombe nuclear. Allí se encuentra Telphar, donde ningún ser humano puede estar más de unos minutos sin terminar aniquilado por la radioactividad.
Jon Koshar es el sufrido protagonista, siempre en búsqueda de la libertad, o al menos, de lo que ésta debería significar. Hay nobleza, gremios y multitud de gentes supervivientes. Bandas juveniles. Los “mals”, malcontentos, angry young men. Delany construye poco a poco toda una sociedad. Sobre todo en la primera parte. En la segunda, se describe una terrible guerra psicológica, en las afueras, en la zona radioactiva. En la tercera, la poesía y la violencia comienza a tomar el control de la narración, y todo se vuelve más Dhalgrenesco. Y una multitud de diversas reflexiones, que son pre o post a la acción que se ha narrado, y que añaden un jugo cognitivo a la experiencia lectora que realmente es lo que la hace singular. Delany incluso se pone a filosofar sobre la telepatía, y lo que supone poseer esta habilidad sensorial.
Y esta reflexión es mía. 60 años más tarde, hoy en día, la telepatía nos suena más a fantasía que a otra cosa, pero en aquellos tiempos, era un recurso narrativo muy utilizado. Así, la acción se desarrollaba por vericuetos inesperados por el lector. Y vino para quedarse, pero de forma diferente. Ya no nos sorprende lo más mínimo que diez minutos más tarde de estar hablando en casa sobre si comprarle al niño una excavadora o un tractor para su cumpleaños, nos aparezca en alguna de nuestras redes publicidad para comprar un tractor de verdad… Realmente nuestra sociedad se está telepatizando, con una serie de capas añadidas a la realidad de siempre que nos pueden sorprender en cualquier momento. Algo a lo que nos estamos acostumbrando a una velocidad desaforada. ¿Que en tal novela uno de los personajes puede saber que en realidad lo que nos apetece es suicidarnos, tomarnos un vino o no ir al trabajo? Poco a poco, nos estamos metiendo de lleno en ello.
Volviendo a Delany, siendo sincero, a pesar de sus fuegos artificiales teóricos, y de sus tremendas ganas de violentar al lector, lo que realmente vale la pena de esta obra es su lenguaje. No sé cómo será la traducción, pero leer a este hombre, aunque a veces no me entere bien de lo que está diciendo (la eterna duda de si no me entero por el inglés o porque los que leen en inglés siendo esta su lengua materna tampoco se enteran de mucho más), es un placer. Tiene sus propias manías, repeticiones, obsesiones, y hace obsesionarse a sus personajes, e incluso a toda la ciudad de Toron. Aparece una frase pintada en las paredes por aquí y por allá.
You are trapped in that bright moment where you learned your doom.
El poder de sugerencia es de muchos quilates. No ya por el pequeño poema en sí, si no porque en Toron, ciudad que se dirige hacia un estado de caos y violencia mayúsculo, nos preguntamos quién o qué se dedica a hacer esas pintadas. Un poeta. A su novia la han violado y asesinado vilmente. Otra banda rival.
Leo reseñas en la red y realmente me doy cuenta de la riqueza de acontecimientos e ideas y de la densidad de esta obra. Algunos ejemplos. La existencia de una cinta de tránsito, “transit ribbon” que aparentemente salva viajes a no se sabe muy dónde, que ya aparece al comienzo de la novela. El tetron, un mineral que extraen los prisioneros de las minas, fundamental para la construcción de maquinaria. El randomax, una especie de juego recreativo del que Delany saca conclusiones muy sabias. Ese momento brillante en el que conociste tu condena, como firma el grafitero, no es otro en el que de repente, en un momento dado, todas las mentes de la ciudad conocen a la vez que la guerra que se ha mantenido durante meses ha sido artificial, y solamente la han luchado una serie de hombres encerrados en cubículos con sus cerebros engañados por un gran ordenador… Podría seguir. Y se me estarán olvidando cositas. Hay un montón de pequeños detalles que engrandecen esta trilogía, aunque como quizá aquí el lector ya se haya dado cuenta, tampoco es que el argumento sea especialmente original. Hay que disfrutarla, con calma, sin prisa. Yo he estado con ella aproximadamente unos dos meses, porque disponía de poco tiempo. A veces, media página en un día.
1ª ed. Trilogía
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