Del año 1950 pego un
salto en el tiempo de ¡62! años, y me planto en el 2012.
Hoy me toca escribir
sobre Alastair Reynolds. Galés, astrónomo, astrofísico, vivió en Escocia,
Holanda y se volvió a Gales casado con una francesa. No está mal. Gollanz firmó
con él un contrato de un millón de libras (se dice pronto) en 2009 a cambio de
escribir diez tochos… no sé por dónde irá el hombre a día de hoy.
Tengo que entonar
cierto mea culpa, porque me metí a
leer la primera parte de su trilogía “Poseidon’s Children” (no editada todavía
en España) y tendría que haber empezado a leer “Espacio Revelación”, más
aclamada, y en este caso, sí editada por aquí.
Su mayor defecto es
su desmesurada longitud. Creo que recortando unas 150 páginas habría quedado
mucho mejor.
No voy a seguir
leyendo la trilogía. Es más, quizás no vuelva a leer a este tipo, claro
heredero de la escuela de Arthur C. Clarke.
Sin embargo, me ha
gustado la experiencia. La novela está escrita con decencia, intentando darlo
todo por la historia.
Que es muy simple.
Dos hermanos (junto con dos primos con los que no se llevan del todo bien)
tratan de averiguar (estamos en el año 2160) las andanzas de la abuela, una
mujer pionera en el viaje al espacio, y que se metió en todo tipo de negocios y
aventuras.
La verosimilitud de
al menos la logística y la infraestructura espacial (Luna, Marte, Phobos, y más
allá) es intachable. Reynolds se maneja muy bien. No es un tipo que se lance a
lo loco a escribir una space opera. Sabe muy bien cómo ir dando forma a la situación tecnológica en la
que se encuentran los protagonistas, y el lector se siente seguro y protegido. Algo
fundamental.
Por otro lado,
Reynolds a veces abusa de su facilidad para añadir tecnologías que hacen
avanzar la narración por donde él quiere. Sobre todo posibilidades de
comunicación. En cualquier momento, los personajes (con conexiones neurológicas
en forma de chips, etc…) se conectan a través de una especie de hologramas
desde cualquier sitio colonizado hasta cualquier punto en la Tierra (mediante
lo que se llama el Aug). O a través de robots golem, físicamente existentes, cuyo control es remoto. Las
posibilidades se multiplican, y a veces la comunicación es posible. Cuando a
Reynolds no le interesa, y quiere aumentar la emoción, no se corta un pelo y
dice que se está en tal o cual zona de comunicaciones canceladas o coartadas,
etc, etc… Lo mismo ocurre con el personaje de la abuela, Eunice Akinya, que va
soltando la información necesaria a lo largo de la novela de las formas más
intrincadas que se puedan suponer. En este sentido, la aventura que
protagonizan Geoffrey y Sunday (los dos hermanos) se ve comprometida por los
caprichos de la abuela, dejando retos informativos a descubrir una y otra vez
(en la Luna, en Phobos, en Marte, en una estación espacial…). Que les ocurra
esto a los personajes está muy bien, pero el lector, yo en este caso, por
momentos me canso del juego. Esta thrillerización
de la novela no me satisface. Al final todos los personajes actúan como pollos
sin cabeza, yendo y viniendo a la Luna, Marte, etc… como si se tratara de un
folletín. Fuerza mucho las cosas en este sentido. Diez páginas de la aventura
de Sunday en Marte. Otras diez de Geoffrey en la Luna. Otras diez en Marte.
Luna. Marte. Estación espacial. Marte… Puff… Es como en esas películas cuando
el coche está a punto de estrellarse, pero se pasa a otra escena, dos segundos
más de coche (que no acaba de pegársela) y pasamos a una tercera escena, y así,
mareando la perdiz, cosa que está muy bien, si no fuera porque “Blue Remembered
Earth” data de 2012, no de los años cincuenta del siglo pasado, y me deja de
interesar hasta cierto punto lo que estoy leyendo.
Y además, como suele
ocurrir, tras haber superado todas las pruebas habidas y por haber (como si
fuera un capítulo de los dibujos animados de Sherlock Holmes) finalmente, todos
juntos ya, se propone una situación completamente inesperada, que hace que… el
lector sea amablemente invitado a seguir leyendo la trilogía… (aunque la novela
se cierra bien, por otro lado).
Después tiene que
hacer el clásico reparto geopolítico de la Tierra. África es la potencia, los
indios, los rusos, los chinos, que si tal que si cual, se inventa una especie
de Naciones Unidas de los Países que viven bajo el mar. Una especie de
movimiento universal que trata de salvar a todas las especies animales. En
resumen, toca muchos palos, y si hubiera simplificado (aunque solo una de estas
líneas argumentales) la novela lo agradecería.
Es entrelíneas
cuando yo he disfrutado más de la novela. La descripción de la zona “no
vigilada” de la Luna es muy sugerente, una especie de barrio bohemio donde
surge la idea del crimen como algo positivo para la evolución psicológica del
ser humano. Se explica bien lo que es el “Mecanismo”, una entidad que hace que
el asesinato o la violencia sean reprimidos instantáneamente. Hay un homenaje
(consciente o no) al portentoso relato ruso de Anatoly Dneprov “Los cangrejos
caminan sobre la isla” (1958), que se desarrolla en unas inhóspitas montañas de
Marte. Quizás lo mejor de la novela sea la evolución del personaje de Geoffrey,
un tipo muy pegado al terruño que poco a poco va sacando fuerzas e inteligencia
para enfrentarse a los retos que se le vienen encima.
Reynolds lo hace muy
bien con el esquema previo a la escritura. Él sabe perfectamente que tal o cual
personaje trescientas páginas más tarde va a encajar muy bien como protagonista
de tal o cual hecho. Todo muy bien medido. Quizás demasiado. Técnicamente, y
teóricamente, todo fluye, y confluye, pero se me antoja un producto en exceso
pre-fabricado. Le falta vida propia.
El argumento que se va deslavazando está tan condicionado por sí mismo que no
hay lugar para la sorpresa. Y esta es la mayor pega que le pongo.
Y es una pega
importante, porque afecta al estilo y a las maneras del escritor de tal forma
que uno sabe, sin leer más obras, por dónde van los tiros. Y por todo esto
decía al principio que posiblemente deje en barbecho al señor Reynolds durante
una buena temporada.
Esfuerzo,
imaginación y honestidad no le faltan. Pero a veces necesitamos de la ficción
para que nos proporcione otra cosa. Que no sabría decir ahora cuál es. Por eso
voy saltando de autor en autor, intentando conocer mejor esta selva llamada ciencia ficción.
Para finalizar, una
entrevista en castellano con Alastair, bastante reciente (septiembre 2019), que
es muy de agradecer.