Greg Egan es un australiano que nació en Perth en 1961. Graduado en matemáticas, programador informático y escritor.
Su novela "Cuarentena" abre la colección Gigamesh de libros de ciencia ficción de la propia editorial barcelonesa. "El Instante Aleph" ('Distress') hace el número ocho de esta colección (dic 2000). Aunque la novela realmente está escrita en 1995. Lo que me provoca una buena dosis de vértigo temporal. Ya han pasado casi veinte años, y la novela se lee en 2013 con un interés actual sorprendente. Parece escrita ayer.
Egan trata multitud de temas. Algunos muy de cerca, otros más de pasada.
Al principio, introduce una pequeña aventura del protagonista, el periodista Andrew Worth, en la grabación de una vuelta a la vida de un personaje que ha sido asesinado, y por unos segundos, éste vuelve a vivir para poder decir quién fue el asesino. Pero a pesar de lo bien que está descrito este pasaje, con detalles que ya querrían muchos escritores para un solo relato o novela, se trata de un entremés. Egan poco a poco deja a Andrew dejarse llevar en una serie de hechos, reflexiones y ocurrencias que mantienen la atención del lector hasta el final. Y no solo esto. De hecho es de esas novelas que uno no quiere que acaben nunca. Porque hace pensar, además de entretener un ratazo.
Worth se enfrenta a diferentes tipos a entrevistar para un documental que debe realizar. Un tipo que quiere aislarse del resto del mundo a partir de la creación de un nuevo ADN que le haga inmune a cualquier tipo de riesgo médico. Una asociación de gentes ("Autistas Voluntarios") que abrazaría cierto tipo de autismo débil por el que creen que vivirían menos engañados (sin acudir a los procesos íntimos y empáticos a los que estamos acostumbrados todos con respecto a nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, etc...). Una compañía de seguros que ofrece posibilidades médicas únicas. Y sólo estamos en la página 29. A esto se le añade su relación con su novia, Gina, brillantemente descrita. Con ella pasea por el antiguo centro de Sydney, que se ha convertido en una ruina general, por la que se pasea y acude a interesantes restaurantes con menús muy particulares.
Hablando con el hermano de Gina, cuando Andrew rompe con ella, el hermano dice (después de tomarse una especie de pilula de la verdad):
"Nadie madura. Es una de las peores mentiras que se pueden decir. Las personas cambian. Las personas se comprometen. Se encuentran atrapadas en situaciones que no desean... y les sacan el mejor partido posible. Pero no intentes decirme que es una especie de glorioso ascenso predestinado a la madurez emocional porque no es verdad. [...] Sólo tengo que hacer que funcione [sobre su mujer e hijas] Y ya ni siquiera me cuesta mucho. Es pura rutina. Pero... creía que había algo más. Creía que si se pasa de valorar una cosa a valorar otra es porque se ha aprendido algo nuevo, se ha entendido algo mejor. Y no es eso en absoluto. Lo único que hago es darle valor a lo que tengo. Así es, ésa es toda la historia. La gente siempre hace una virtud de la necesidad. Idealiza aquello de lo que no puede escapar. [...] Quiero a Lisa y a las niñas de verdad... pero no hay ninguna razón más profunda que el hecho de que es lo mejor que puedo hacer con mi vida en estos momentos. No puedo refutar nada de lo que dije cuando tenía diecinueve años, porque ahora no sé más. No soy más sabio. Lo que me molesta son todas esas mentiras pretenciosas de los cojones que nos inculcaron sobre crecer y madurar. Nadie fue sincero y admitió que el amor y el sacrificio son sólo lo que ponemos en práctica para no enloquecer cuando nos encontramos en otro tipo de encerrona.
A partir de la página 80, hasta el final (343), Andrew se va a Anarkia, una isla de coral artificial en el Pacífico, que ha nacido y se ha desarrollado a partir del pirateo de patentes que no pagan. Otro tema más que da mucho para pensar. Y una página web (pirata) en la que se paga al contado por conseguir información rápida e importante en ese momento (un número de teléfono, por ejemplo, que se desea tener al instante, en cualquier parte del mundo).
Introduce un australiano residente en Anarkia, Bill Munroe, que dice cuatro verdades también sobre la cultura australiana (que en mi caso me importa menos).
Egan desarrolla poco a poco, en la isla de Anarkia, la descripción de una convención mundial de físicos. Hay tres de ellos que pueden llegar a dar con una teoría que pueda explicar todo (TOE, Teoría del Todo, Theory of Everything). Violet Mosala es la que más cerca está de conseguirlo. Por momentos Egan se mete en tales explicaciones de teorías sobre el Big Bang, y leyes de física, poniéndose metafísico, que la lectura se hace un poco árida. Pero no importa. Enseguida mete a Andrew en aventuras más cotidianas que nos hacen disfrutar de la novela a tope.
Lo importante para Egan es hacer notar que por mucho que se pueda poner a disposición de la humanidad un importante avance en nuestra auto-explicación del ser humano como raza, y del Universo que nos rodea, siempre habrá gente dispuesta a entorpecer este tipo de investigaciones, por miedo a perder su cuota de poder metafísico (religiones oficiales, sectas cobardes pero muy alienantes, etc...).
Los personajes secundarios siguen siendo casi lo mejor de la novela. Como Michael, el enfermero que ayuda a Andrew cuando este se contagia del cólera, que habla sobre la religión cristiana en su adolescencia: "Veía una religión a la que le importaba más sentirse bien que hacer el bien. Una religión que valoraba más el placer o el dolor de dar que el efecto tangible que provocaba. Una religión que anteponía la salvación del alma por medio de buenas obras a las repercusiones de esas obras en el mundo". Luego Michael, se pone a leer a Nietzsche, Camus, Sartre, se empapa de incertidumbre para finalmente afirmar: "No hay una sima enorme al acecho para engullirnos cuando descubrimos que no hay Dios, que somos animales como los demás, que el universo no tiene ningún propósito y nuestras almas están hechas de la misma materia que el agua y la arena [...] Si quieres, desesperada y apasionadamente, precipitarte al abismo, por supuesto que es posible; pero sólo si te esfuerzas. Sólo si deseas que sea real y te lo trabajas hasta el último centímetro a medida que desciendes. No creo que la sinceridad nos lleve a la locura ni que necesitemos mentiras para seguir cuerdos. Tampoco creo que la verdad esté plagada de trampas a la espera de tragarse a cualquiera que piense demasiado. No hay lugar donde caer, a menos que caves el hoyo".
Bien, queda claro el concepto que tiene Egan de la vida. "Nacer con fe, es nacer con muletas". Así de claro. Y al final Andrew, cincuenta años más tarde, por fin habla sus aventuras en Anarkia ante unos niños que ya no nacen con ellas.
Un par de conclusiones importantes que a mi manera de entender quiere resaltar Egan:
-para que algo exista, (siempre que interese que exista), es necesario que se explique de qué se trata. Al menos, darlo a conocer, y que se entienda. Y hay tantas cosas que existen, pero en realidad no. Porque no interesa que se conozcan, es decir, no existen. Posibilidades que están ahí.
-la física y la información poco a poco deberían converger. Parece mentira que Egan hace veinte años trate con tanta facilidad esta idea, sobre todo porque por aquel entonces nadie sabía ni lo que era un terabyte. Y hoy en día, cuando nos rodean algunos de ellos alrededor de nuestros ordenadores... renace esa sensación de vértigo. A mí se me escapa de mi entendimiento, pero solamente sugerir un tratamiento espacio-temporal de la información suena muy pero que muy bien.
En resumen, novela de obligada lectura para aquel aficionado a la informática, a las utopías, a la reflexión inteligente, y ¿por qué no?, al cine (porque en realidad Andrew es una cámara humana que lo graba todo).
Y dejo aquí un link a la página del autor:
http://www.gregegan.net/DISTRESS/DISTRESS.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario