viernes, 15 de noviembre de 2013

Los novios (I promessi sposi) (1822) - Alessandro Manzoni







Alessandro Francesco Tommaso Manzoni (Milán, 7 de marzo de 1785 – Milán, 22 de mayo de 1873).




Su trabajo por antonomasia es Los novios (I promessi sposi), que terminó en 1822. Al parecer, escrita en principio en italiano piamontés (la región de Turín y Milán), más tarde la reescribió en el italiano más culto de la región de Florencia (la Toscana) (1842). 

Este verano, después de un viaje por el Norte de Italia, decidí que ya iba siendo hora de atacar “Los Novios”. Y desde luego que hoy ya me tocaba escribir algo sobre ella.

La edición que he usado es una bastante antigua, de la Biblioteca Sopena (1980). No se indica el nombre del traductor, cosa que es una pena. Castellaniza todos los nombres, algo a lo que se acostumbra uno si la novela es italiana (Don Abundio por Don Abbondio, Cristóbal por Cristoforo).





Antes de nada, tengo que reconocer que hacía ya más de un año que no leía nada del siglo XIX. Lo último fueron “Los papeles del Club Pickwick”. Y sinceramente, no sé por qué la raza humana tiene la curiosa tendencia de dejar de lado lo que mejor le sienta a su cuerpo y alma. No hay mejores lecturas que estas. Leer “Los Novios” ha sido una vuelta a la literatura como tal. Nada de artificios; nada de frases huecas; nada de consejos. Y para los que piensen que se trata de una novela romántica (en la peor acepción de la palabra), pues que comiencen a leerla.

Lo primero que tengo que destacar de “Los Novios” es su sentido del humor. Manzoni llena todos sus pasajes con grandes ironías y sarcasmos a veces. Otras, con una sensibilidad que es consecuencia, como no puede ser de otra manera, de su época, en la que el nombre de Rousseau todavía significaba algo en Europa.

Segundo, su capacidad descriptiva de la Historia, y sobre todo, de la época en la que la peste asoló a Milán y sus alrededores en 1630. Uno se deja llevar por los acontecimientos, y elige a Manzoni como a ese profesor de Historia que nunca tuvimos en la escuela. Que a la vez que enseña, intenta entretener, o al revés.


Acción entre Milán,  el lago di Como, y Bérgamo. En el mapa de arriba se pueden ver (eso espero) las ciudades. Al Norte, Lecco, que está en el final sur del lago Como. De Lecco hacia el Sur surge el río Adda, que se tornará fundamental en la historia de los novios. También cumple su papel cierto monasterio de monjas situado en Monza. Pero lo más importante que hay que indicar es que Bérgamo por aquella época (1630) pertenecía al Estado de Venecia, no al de Milán, controlado éste dicho sea de paso por un gobernador español. De aquí la importancia de poder moverse entre las dos partes del río Adda, que hacía de frontera. 

El argumento se puede resumir en pocas líneas. Un señor feudal, Don Rodrigo, queda prendado de la belleza de Lucía, que es la prometida de Renzo (Lorenzo). Así, avisa al párroco local del pueblo donde viven los prometidos que no se le ocurra casarlos antes de que él cate a la novia. Y ya está. Hoy se haría de esta historia una incesante explotaition de ideas como la violencia machista, del mal que se ha instalado en este mundo, de la decadencia moral de nuestra era, etc… cuando suele ser lo más normal del mundo (dada nuestra condición de animales envidiosos, claro está).  Lo que han cambiado son los métodos, no los fines.

Manzoni lo que hace simple y llanamente es describir con paciencia, estilo, y ánimo conciliador, todo, absolutamente todo el mundo que rodea a esta situación, sin dejar títere con cabeza. Es decir, controlando como escritor el mundo que crea, y con un plan en la cabeza. Poco importa (que sí importa) el destino de esta pareja. Lo que vemos y escuchamos por los caminos lombardos es lo importante.

Así, empezamos con los bravos. Que eran por aquella época una especie de matones al servicio del señor de turno. Manzoni se encarga de explicar poco a poco el papel de la ley en la época descrita, y cómo ésta se aplica según a quién afecte o no. Su ironía es magistral.

Don Abundio pasea por las orillas del Adda y es avisado por dos de estos matones. Más tarde, viendo la cobardía del párroco, que está asustado por las amenazas de Don Rodrigo, Lorenzo y Lucía prepararán un numerito por el que aunque Don Abundio no diga nada, se queden desposados si ambos pronuncian un “sí” ante él. Saldrá mal.

Aparecerá en escena un monje, fray Cristóbal, que es el primer héroe de la novela, el que hace todo lo posible por establecer la justicia en el país, y sobre todo, luchar contra el poder y el abuso de autoridad. En un pasaje en el que se le hace brindar, se niega por no querer dejarse llevar por los excesos, y se hace una broma sobre los navarros, que bien les viene que se enteren de lo que iban despertando por tierras tan queridas como las milanesas:

“-¿Cómo? –dijo Don Rodrigo-; se trata de brindar a la salud del conde-duque. ¿Queréis que se os tenga por partidario de los navarrinos? Así se llamaba entonces en Italia, por escarnio, a los franceses, deduciendo esta denominación de los príncipes de Navarra que empezaron a reinar con Enrique IV. A tal insinuación, tuvo que beber el fraile”.

Se escribe sobre la polenta, mientras es compartida por verdaderos amigos. Por aquella época, debía ser el alimento fundamental de la población.

Renzo debe escapar a Milán, porque es acusado de una serie de infortunios en el pueblo, tras su malogrado intento de engañar al padre Abundio. Al llegar, debe ponerse en contacto con un capuchino. Pero lo primero que ve, al entrar por la puerta este de la capital, son muchos panes por el suelo. Y se escriben páginas magistrales sobre este alimento que es la base de toda la dieta mediterránea que compartimos con los italianos: el pan. O quizás mejor dicho, la harina de trigo. Muchos panes. Ha habido un saqueo. Antes, una orden del gobernador por la que se bajaba el precio del pan, que habría de arruinar a los panaderos, que suben el precio, y surge el problema: la población se ha acostumbrado al precio barato. Desordenes callejeros que afectan a Renzo, metiéndose en más problemas.

Destaco este párrafo que surge majestuoso entre esas guerras del pan.

En un lado había servilletas extendidas, en otro platos con comida, en otro naipes cubiertos y descubiertos, en otro dados, y en casi todos botellas y vasos. De cuando en cuando se veían correr berlingas, parpallolas y reales [monedas de la época] que si hubiesen podido hablar, probablemente hubieran dicho: «el bolsillo de algún bobo, que, ocupado en ver cómo se arreglaban los negocios públicos, descuidaba los pequeños asuntos de su propia casa». Grande era la confusión: un mozo daba mil vueltas corriendo y sirviendo la mesa de comida y de juego”.

Luego ha habido escritores que evidentemente han aprovechado las posibilidades que planteó Manzoni en estas pocas frases. Sobre todo de: “probablemente hubieran dicho”, para construir una sola novela en la que las monedas son las protagonistas. ¡Ojo!, no es mala idea. Quizás la aproveche en un futuro.

Aparece el personaje del Innominado, el más poderoso de la región, acostumbrado a hacer y deshacer. Éste le promete a Don Rodrigo que se encargará de conseguirle a Lucía, que ya yace encerrada en un convento de Monza, con la peligrosa compañía de cierta monja que tiene para sí sola dedicadas unas de las mejores páginas de la novela. Pero después de prometer alegremente una nueva fechoría, el Innominado, tiene la siguiente reflexión:

“¡Envejecer!... ¡Morir!... ¿Y luego?
¡Cosa admirable! La imagen de la muerte, que en un peligro inmediato, delante de un enemigo, esforzaba el ánimo de aquel hombre, añadiendo el valor a la ira, al aparecérsele durante el silencio de la noche, en la inmunidad de su castillo, le causaba una extraordinaria consternación, porque no era un riesgo que provenía de otro hombre también mortal, ni una muerte que pudiera repelerse con armas mejor templadas y brazos más vigorosos, sino que venía por sí sola, llevábala él dentro de sí mismo y aun cuando tal vez no la creyese inminente veíala acercarse por momentos paso a paso; y cuanto más se esforzaba por alejarla de la imaginación, se aproximaba cada día más y más. En los primeros años los ejemplos sobrados frecuentes, y el espectáculo incesante, digámoslo así, de violencias, venganzas y asesinatos, inspirándole una atroz emulación, le servían al mismo tiempo de disculpa, y aun de autoridad para adormecer los clamores de su conciencia; pero ahora se despertaba en él de cuando en cuando la idea, no por confusa menos terrible, de un juicio individual y de una razón independiente del ejemplo. Por otra parte, el haberse distinguido de la turba vulgar de los malhechores, siendo solo en su especie, excitaba en su espíritu la idea de un espantoso aislamiento. Representábasele también la idea de Dios, aquel Dios de quien había oído hablar, pero a quien desde mucho tiempo atrás no pensaba ni en negar ni en reconocer, ocupado únicamente en vivir como si no existiera. Y ahora en ciertas ocasiones de abatimiento, sin causa de terror, sin fundamento conocido, le parecía que en su interior le gritaba: Existo”.

Y este personaje, el Innominado pasará a ser otro de los héroes de la novela, perdonándosele sus anteriores fechorías, y ayudando al pueblo en la próxima peste que va a azotar el Milanesado.

Luego, se escribe sobre la posición en la que queda el malvado Don Rodrigo, una vez que se da cuenta de que ha perdido la amistad del Innominado. Brillante párrafo de Manzoni:

Al día siguiente, en el lugar de Lucía y en todo el distrito de Lecco, no se hablaba de otra cosa sino de ella, del Innominado, del arzobispo [Federico Borromeo, otro héroe de la novela], y de otro sujeto que, aunque se complacía en que su nombre fuese muy conocido, esta vez hubiera deseado que nadie se acordase de él: nos referimos a Don Rodrigo.
Y a fe que no era porque antes de esta aventura no se hablase de sus hazañas, que se hablaba, y no poco; pero siempre se hacía con palabras ambiguas y en secreto. Era necesario que dos personas se tratasen con mucha intimidad para expresarse claramente sobre esta materia, y aun entonces no lo hacían con toda la acrimonia de que eran capaces, porque los hombres en general, cuando no pueden desahogar su indignación sin riesgo, no sólo la demuestran menos, o la ocultan del todo, sino que efectivamente es menor la que experimentan”.

Sobre las fronteras de aquellas épocas:

El gobierno de Venecia tenía por máxima el fomentar y promover la inclinación de los hilanderos de seda milaneses a trasladarse al territorio de Bérgamo, para lo cual procuraba que encontrasen allí muchas ventajas, especialmente la seguridad personal, que es la primera de todas, y sin la cual de nada sirven las demás”. Así, Renzo cambiará su nombre por el de Antonio Rivolta, y se irá a un telar a unas quince millas de la fábrica donde le dio trabajo su amigo Bartolo.


Y llega la peste. Al parecer, la que asoló el Norte de Italia (sobre todo a Milán y Venecia) (1629-31), fue llevada allí por tropas austriacas/alemanas, en su paso de conquista, durante la llamada Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Estas plagas de peste acababan tranquilamente con la mitad de la población. No es difícil adivinar el tipo de población que caía antes, y durante. Los que se libraban seguro, eran los que vivían en los altos castillos construidos en las colinas.

Antes de seguir con la novela, me gustaría aconsejar la visión de una película italiana que viene bien traer a cuento en estos momentos. Se trata de “I lunghi capelli della norte” (1964), de Antonio Margheriti. Los largos cabellos de la muerte. Es una película de claro gusto gótico, en la que la acción está situada allá por fines del siglo XV, es decir, hacia 1499. El conde Humboldt se aprovecha de su posición para abusar de una guapa campesina, cuya madre está siendo quemada en una hoguera, acusada de brujería. Brota la peste en la comarca. Se cumplen una serie de profecías y maldiciones. La imaginería de Margheriti vale la pena asociarse a los hechos que ocurren en “Los Novios”, aunque la acción ficticia de ambas obras se separe por un lapso de unos 130 años.

Manzoni muestra su maestría narrativa en las páginas en las que describe la llegada de la peste a Milán, y sus consecuencias. Sin duda, si se ven las cosas desde el año 1820, la peste de 1630 no quedaba tan lejana como nos queda a nosotros, teniendo en cuenta también que a principios del siglo XIX no se podía dar por finiquitado el peligro de una nueva peste (y desde luego que hoy tampoco, aunque los riesgos físicos parezcan menores, no quedando tan claro los efectos de una posible peste psíquica que todavía está por analizar adecuadamente).

Manzoni recoge testimonios de algunos historiadores. Uno de ellos, de Ripamonti, quien al parecer fue testigo de tal escena:

Un día de no sé qué festividad, un anciano más que octogenario, después de haber orado de rodillas en la iglesia de San Antonio, quiso sentarse, para lo cual quitó antes con la capa el polvo del banco.
¡Ese viejo está untando los bancos! gritaron algunas mujeres que vieron el acto.
Arrojáronse sobre el infeliz las gentes que se hallaban en la iglesia, sin reparar en el sitio, y arrancándole las canas, le magullaron a puñetazos y patadas, arrastrándole fuera medio muerto para llevarle a la cárcel, a presencia del juez, a la tortura”.

            Impresionante cómo poco a poco Manzoni introduce al lector en esa vida cotidiana milanesa, llena de espantos producidos más por la propia actitud de la población que por la propia peste. Porque en un inicio, los médicos negaban que hubiera peste. La culpa la tenían los que querían expandir la enfermedad mediante el untamiento de superficies como puertas u otros lugares, provocando así la enfermedad. En vez de poder atajar la enfermedad desde un inicio, para cuando todos se dieron cuenta de que aquello no podía ser obra del hombre, muchos ya habían caído.

            Y tras unas serie de aventuras fabulosas, sobre todo las descritas en el lazareto (lugar en el que se amontonaban a los apestados), la novela tiene su lógico final.

            En resumen, una gran lectura. Requiere de tiempo, es cierto. Pero compensa de sobra. Además, también se trata de hacer un homenaje a la tan desconocida letteratura italiana. Es la primera gran novela moderna italiana; “Los Novios”. Inolvidable.

             Dejo aquí una serie de portadas de otras ediciones de la novela, algunas de editoriales muy conocidas. 





Y para el final, dejo una serie de fotografías sobre Manzoni. 

Venecia. Manzoni tenía entre dieciocho y diecinueve años. Todavía le quedaban muchas aventuras por delante. 


Y todas las fotos a continuación están tomadas en Milán. En la Piazza San Fidele, a dos pasos de la famosa Galleria Vittorio Emanuele II, la gran estátua.




Estas son de la casa-museo en la que vivió largos años, y también fue su casa natal. No llegué a entrar en ella. En otra ocasión. 













La dirección exacta es 1, Via Gerolamo Morone, al lado de la Via Manzoni, que nace en la Piazza della Scala. Y como se trata de seguir con la literatura italiana, recomiendo leer el relato "Paura alla Scala", de Dino Buzzati, puro siglo XX italiano. Miedo en la Scala. Pues eso. Las cosas no han cambiado tanto. 





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