jueves, 25 de julio de 2019

La Luna Que Quiso Ser Astuta (a.k.a. Rogue Moon)

Estamos de Aniversario (50th) a lo largo de este mes. Creo que ya casi nadie lo duda: el hombre llegó a la Luna.

Y exceptuando el excepcional relato "The Sentinel" de C. Clarke (1951) -gérmen de la Odisea Espacial por excelencia-, la novela que me ocupa hoy, Rogue Moon, de Algis Budrys, es uno de los  más tempranos papeles protagonistas que interpretó la Luna en la moderna ciencia ficción.

1960.

Antes del comienzo del programa Apolo de Kennedy.




Novela que en España se tradujo como "El Laberinto de la Luna"... ¿? ¿? ¿? Desilusionante título.

No voy a pedir que se tradujera como "Luna Cabrona", título nada comercial, pero me parecería el más preciso, dando al insulto cierta informalidad y ambivalencia que usamos muchos de nosotros en el día a día de la lengua castellana. "Luna Sinvergüenza" quizá. "Astuta Luna" no hubiera quedado tan mal.

Algo pasa allí. Y realmente, en esta novela bastante corta, lo que ocurre en la Luna es casi lo de menos.

El estilo y referencias de Budrys son de novela negra, o mejor dicho, de cine negro. Los tres protagonistas de la novela, más un par de secundarios de lujo, bien hubieran podido ser Bogart, Lauren Bacall, Edward G. Robinson, más Sylvia Sydney y Ray Milland. La única que se salvaría sería la Sydney, en cuanto a su empatía con respecto hacia el resto del mundo. Los demás serían los verdaderos cabrones de la historia.

Pero no siempre las cosas salen tan bien.

Edward Hawks (G. Robinson) es el tipo duro, científico, con la sangre casi en el punto de congelación. Él solito, con la ayuda de una serie de fieles técnicos (fieles hasta que lo decide él), consigue construir una entramado de maquinaria (bastante verosimil dentro de lo que cabe) que hacen que un hombre viaje hasta la luna, a través de una copia exacta de su cuerpo y mente. La copia viaja. El original se queda en tierra, tumbado, recordando posteriormente lo que le ocurre a su amiga la copia.

Y las copias no consiguen sobrevivir. La Luna las liquida. No se sabe por qué. Una tras otra. El original, en la Tierra, se despierta, loco, demente, porque acaba de morir, y de hecho, sabía que iba a morir un segundo antes de morir. En estas condiciones, se convierte en alguien inservible para seguir trabajando en el proyecto de Hawks.

Debe viajar alguien que no tenga miedo a la muerte, no se vuelva loco por la tensión previa al morir, esto es, esté dispuesto a morir las veces que sean necesarias, para poder permanecer más tiempo. Y ayudar a que el Programa Lunar siga existiendo. Se trata de aguantar el máximo tiempo allí, para poder investigar qué ocurre y contarlo a la vuelta de la muerte.

Es una situación parecida a la que visualizo en una escena de "2001: Odisea en el espacio", en la que los astronautas visitan Tycho, y empiezan a posar como turistas delante del TMA-1, y éste suelta un pitido tal que parece que les va a saltar la tapa de los sesos. [...18 meses más tarde David Bowman visualiza en un monitor aquel mensaje tan desconcertante tras desconectar a HAL; que aquel pitido era una señal de radio dirigida a Jupiter...].


Todavía faltaban 8 años para que Kubrick rodara esta escena.


Surgen los personajes de Al Barker (Bogart) y Claire Pack (Bacall). Un tipo chulesco hasta más no poder. Su chica, de esas rubias que flirtean con todos para en realidad demostrar al resto de hombres lo mucho que admira a su chico. Al Barker se presta al experimento porque lo primero que piensa es que no será para tanto. Y cuando se da cuenta de que es algo realmente especial, su relación con Hawks y Claire ciertamente se tambalea. Aparece Elizabeth Cummings, el rollito romántico que se busca Hawks, quien impertubable ante el disparatado gasto del proyecto y el número de víctimas que provoca, se permite filosofar sobre el amor y la muerte...

Queda como mínimo Vincent Connington (Milland), el borrachuzo jefe de RRHH que se encarga de localizar a Barker, flirtear con Pack, para finalmente lavarse las manos.


Entre capítulos que a veces se hacen más pseudo-surrealistas que pesados (describiendo la vida cotidiana de estos personajes), y partes dedicadas al avance temporal que consigue poco a poco Barker en la Luna, yo leo entre líneas ideas como la fidelidad a la empresa, al trabajo duro, al de conseguir lo que sea y como sea si se trata de un objetivo que ha superado el tamiz de toda esa ideología tan conservadora que trata del sueño americano, el tú puedes, yo más, etc... aunque te vayas cargando todo lo que tengas por delante.

Lo curioso no es tanto que se describan una serie de tensiones laborales (básicas en esta novela), es que se justifiquen por parte de su autor. Es decir, ¿Hawks debiera parecer al lector una especie de héroe?

Se habla tanto de la muerte en esta novela... y sin embargo, hoy en día están superados, en mi opinión, sus pequeños discursos sobre el significado de la vida y la muerte... En el cine negro, esto sobra, y en "Rogue Moon" también.Bogart no lo haría, y G. Robinson tampoco.

Aunque es una buena lectura, qué duda cabe, teniendo en cuenta sobre todo su año de origen. De la Luna... poco más que decir, si es que se ha dicho algo... Podría haber sido la planta 30 del rascacielos de enfrente...

***

Me consta que Algis Budrys no se llevaba nada bien con Thomas M. Disch. O al revés. Lo mismo me da el orden. ¡Con Disch no se mete nadie!

La cosa es que los dos murieron casi a la par. El 9 de Junio del año 2008, Budrys. El 4 de Julio, Disch.

Dejo aquí un link bastante divertido a una noticia. Al parecer Disch poco antes de morir Budrys ya le dió por muerto...

Y aquí una entrevista con Disch, donde lo dice.


lunes, 22 de julio de 2019

The Shape Of Further Things (To Come)


Hace prácticamente un año que recibí este libro desde Inglaterra. A partir de Enero de este año, lo dejé sobre mi mesilla de noche. En principio, la idea era que si mi hijo se ponía muy pesado con sus cuentos, yo podría avanzar con los de Aldiss. Al fin y al cabo, se trata de un libro de pequeños ensayos.

Escritos a lo largo de los primero meses de 1969. Termina el libro hablando sobre hechos de lo más actuales. La llegada del hombre a la Luna, que hoy en día, 50 años después, está siendo tan revisitada. Al menos, parece que ya nos lo creemos todos. Parece que sí llegaron. El propio Aldiss, Bradbury y cómo no, Clarke, muy a favor de la inversión estatal en la NASA. En la más que recomendable película "First Man" (2018), se ve que el que estaba en contra era Kurt Vonnegut Jr.. ¿Pero es que alguna vez fue Vonnegut un escritor de ciencia ficción? Lo dejo para otro día. Aunque reconozco que la pregunta tiene su mala leche.

Personalmente, se me han ido pasando los meses (cosa que indica que mi hijo se porta bien) y ahora en verano le he dado un empujón a esta lectura.

Diría que contiene a un Aldiss portentoso en cuanto a algunas ideas sobre el futuro que es nuestro presente y acierta como si hubiera vivido realmente lo que prevee.
Los dos primeros tercios del libro son valiosos. El primero, porque hace de buen pitoniso. El segundo, cuenta anécdotas y chascarrillos sobre congresos de ciencia ficción, y cosas así. El nacimiento de revistas, sus amistades, su remarcable inmodestia sobre su propio presente como una fuerza mayor en el mundo de la ciencia ficción inglesa. Es el último tercio del libro el que me ha sabido a poco, demasiado abstracto, empeñado Aldiss en describir su idea de una educación basada en el concepto de "fact-free" (libre de hechos).

Voy a intentar copiar algunas ideas. O al menos, esta, que me parece la más conglomeradora:

'Although there is no doubt that the human psyche could explosively improve its condition, the improvement has to come soon, before the ever-self-renewing battalions of technology overwhelm us; sardines in the tin take no pride in canning industries or marketing research.'

... "soon"...

Me temo que nuestra mente todavía está en 1969 (y eso con suerte) en este año corriente de 2019. Eso sí, la tecnología es la de 2019. Con lo cual, nuestra situación mental es la que se resiente. Y mucho.

Aldiss prefigura también la existencia de Internet tal y como lo conocemos, de manera muy primitiva. Habla del CCDC (Computer Centre Dial Control). Aunque es probable que en cuanto a la futura tecnología humana él jugase con ventaja, al estar en contacto con todo tipo de investigaciones que se llevaban a cabo en las universidades inglesas de aquella época.

La idea del libro surge en una noche de copas en casa, con su amigo Chris Evans, doctor dedicado a la investigación del sueño. A partir de las conversaciones que mantienen ellos, las respectivas esposas (los hijos durmiendo, al parecer sin problema) trata de dar hilo al libro. Como digo, según avanza, flojea un poco.

'Science fiction is its own justification'.

Declaración de intenciones muy importante.

Escribe sobre sus inicios como lector de ciencia ficción. La evolución del género. H.G. Wells.

Siente que los DHLawrences, Hemingways y demás grandes escritores siempre hubieran estado tan interesados en el pasado, y no en el futuro.

¿Acaso no es lo mismo plantear una ficción cien años antes o después de nuestro presente? Sí. Pero no. Tampoco es lo mismo leer a Wells ("La guerra de los mundos" me pareció en su día de pésima calidad literaria) que a Lawrence.

Nombra a Moorcock, Ballard, Harry Harrison, Wyndham, Eric Frank Russell, Kingsley Amis... Y lo bien que se lo pasaba en las convenciones de ciencia ficción.

Aldiss me parece un tipo demasiado equilibrado, demasiado confiado en lo que hace, en lo que escribe, en lo que piensa. En esto me recuerda a Clarke.

Lo bonito de esto de la ciencia ficción es que siempre hay donde escoger.

Pasarán los años, y quizás gracias a esa confianza que me puede llegar a molestar, logrará escribir en los primeros años ochenta la inconmensurable Trilogía de Helliconia.



domingo, 21 de julio de 2019

Musical Time Slip

Casi dieciséis semanas después, me propongo hoy a escribir sobre música.

Por un lado, he empezado a leer hace poco la tesis que cito en la entrada anterior. "Teutonic Time Slip", o cierta historia de aquella Alemania influida por su propia música desde finales de los años sesenta hasta el estallido de los grandes festivales de música electrónica de principios del siglo XXI.

El autor, Sean Nye, es californiano, y sabiamente, lleva el tema a su terreno. Claro, allí estaban todos los alemanes (escritores, directores de cine, músicos, pensadores, etc...) que emigraron a California, y dejaron una clara impronta. Por ejemplo, Thomas Mann. O Arnold Schönberg.

Algo que influyó sin duda a Philip K. Dick y su pasión por la cultura alemana. Buen caldo de cultivo los primeros años cincuenta para lo que surgiría después desde su pluma.

En "Martian Time Slip" lo deja claro. El malo de la película (Arnie Kott), esa especie de Trump sesentero, abjura de la chirriante nueva música.

Los tonos oscuros, los diferentes espacios entre las notas, la despedida de la melodía, el triunfo del tribalismo como nuevo ritmo al que ajustarse mentalmente. Esa "Sinfonía del No-Mundo" [excelente novela del autor catalán A.G. Porta] donde cada pulsación de teclado adquiere la misma importancia, el dodecafonismo, esta vez mental. La conexión Schönberg (1923 Viena) - Stockhausen (Colonia 1955) - Can (Colonia 1965) - Wolfgang Voigt (Colonia 1995) - and beyond...

Alejándome un poco de la propuesta de Sean Nye, haciéndola más general, es intentar plasmar la idea de que con el advenimiento de la música electrónica, ya en fase más desarrollada, hablando por ejemplo de los dos primeros trabajos de Kraftwerk (mK. II) (1974-75), algo ha cambiado en nuestro cerebro.

Lo grandioso de la música electrónica alemana (y con las correspondientes excelencias surgidas en otros lugares) es que supo dotar a sus creaciones de una densidad y una fortaleza incomparables.

Sobre todo, por el tempo de la música, y por la duración de las piezas. Desde casi el principio (1967) se abandonó la idea del concepto de "ítem" de tres o cuatro minutos como mucho. Ya en su segundo disco (1971) Tangerine Dream explora sus límites con una composición de 22 minutos -Alphacentauri-. Aún más radical, Klaus Schulze, en Irrlicht (1972) nos hace, queramos o no, viajar con alguna de sus dos largas suites.

No se sabe hacia dónde, o quizás, sabiéndolo demasiado bien. Hacia nuestro subconsciente.

Quizás hacia esas mentes con tintes problemáticos, como la del autista Manfred Steiner, el niño protagonista de "Martian Time Slip". Para ayudarlas. Hay que recordar que Manfred sufre más que nada de una distorsión temporal. Intentan construir una habitación en la que se proyecta la vida a una velocidad mucho menor. Aflora en mí la idea de que una suite electrónica de 25 minutos, escuchada una serie de veces, fácilmente se podría convertir según nuestra propia concepción espacio-temporal (y si no vivimos en una constante persecución contra nuestro propio tiempo) en algo similar a escuchar un single de 3 minutos de duración.

No parece descabellado pensar que Philip K. Dick prefiguró a principios de los 60 la música electrónica del futuro. Y en este caso, lo de "electrónica", no es más que una palabra que nos ayuda a pensar en un tipo de música que se ha compuesto por y para diferentes instrumentos electrónicos/grabaciones de campo/distorsiones/efectos de sonido, etc... Es decir, sonidos (naturales o no) que de alguna manera han sido monitorizados por un ser humano, sin ninguna intención pop.

Este concepto abarca tanto, es tan extenso, que es mejor quedarse con la idea global. Y sea como sea, son sonidos que nos afectan.

En principio, la música de Kraftwerk y Klaus Schulze no tienen mucho que ver. Sobre todo si nos quedamos con algún "single" de los primeros, y con algún tema etéreo del segundo. Pero ambos, y muchos más, incluyendo toda la escuela de Berlín, los planeadores, Can como estrella propia, radiante y exuberante, y toda la retahíla de grupos que grabaron sus trabajos sobre todo entre 1970 y 1975, contribuyeron a rellenar (cada uno con su trocito de algodón) nuestra moderna psicología. No solo musical, si no también espiritual, vital.

O por lo menos, es lo que me ocurre a mí. En "Martian Time Slip" se describe un mundo en el que un buen porcentaje de la población necesita de cuidados psiquiátricos. La tonalidad, la densidad, la significación de cierta música nos puede ayudar a superar las invisibles tenazas que nos aprietan las neuronas en nuestros días; unos más que otros. Y no hay que ser tan ingenuo como en aquella clínica en la que al James Stewart de "Vértigo" le ponían a escuchar a Mozart y todos tan contentos.

No digo que la música de Mozart no sea válida para la recuperación mental, pero sí pienso que es una idea desfasada con las posibilidades sónicas que tenemos hoy en día.

Tampoco hace falta hoy en día poner sobre el giradiscos un vinilo de Ash Ra Tempel, y escucharlo durante 25 minutos para que nos haga efecto su poder de curación. No.

Lo que recomiendo (y es por esto por lo que básicamente me he liado a escribir todo esto), es conseguir un editor de archivos musicales. Por ejemplo, Audacity.

Cortar y pegar. Cualquier single nos vale. ¡Cuántas veces una maravillosa introducción, pongamos que de treinta segundos, a un tema de cinco minutos, se ve echada a perder a medida de que se van añadiendo voces y más instrumentos! No hay que preocuparse. Se corta y se pega las veces que hagan falta; la introducción.

Son esas pequeñas pastillitas autofabricadas que nos ayudan a superar un mal día. A veces no hace falta más que repetir hasta el infinito una secuencia de cuatro o cinco segundos. ¿Quién dijo que el espíritu punk estaba acabado? Seamos nosotros mismos quienes construyamos, y rellenemos nuestras mentes con los acordes, los ritmos y los ambientes que nos apetezcan, huyendo del esquema cuatro-minutos-de-canción-intro-melodía-coro-bis-melodía-coro-bis-final que tanto daño nos hace en nuestra vida cotidiana.

Phil K. Dick lo intuyó. Los alemanes pusieron el cerebro a trabajar para que nosotros podamos descansar. La tecnología de hoy en día nos permite ser mucho más escogidos, y disfrutar de la música como si fuera un set de piezas de sushi. No hay excusas.

Ahora bien, es probable que desde hace unos diez o quince años, en mi opinión, hayan sido los compositores rusos, para nada los Occidentales, los que hayan dotado a sus trabajos de las texturas electrónicas más interesantes y curativas, huyendo de lo más obvio, para construir todo tipo de oscuras pero a la vez pacíficas secuencias de sonido, que no sólo pueden ayudar al sueño, si no a disfrutar de la vigilia de manera más plena y menos neurótica.