miércoles, 2 de febrero de 2022

Dune (1965) - Frank Herbert


            Escribía allá por Septiembre del año pasado (2021) una breve reseña sobre Stanislaw Lem (celebrando el centenario de su nacimiento) y sobre su novela “El Invencible”. Apuntaba en ella algunos de mis escritores favoritos de ciencia ficción, y con cierta prudencia incluía el nombre de Herbert entre interrogantes.

 No era si no un pequeño guiño a la que iba a ser mi siguiente lectura: “Dune” (1965). Casualmente, editada un año más tarde que “El Invencible” (1964).

 De Herbert ya había leído antes “The Santaroga Barrier” (1968), en la que cierta sustancia, el Jaspers, hace que la población de Santaroga posea unos comportamientos muy concretos. 

 


 Habiendo leído “Dune” ahora no me es difícil imaginar a un Herbert aficionado a experimentar con las sustancias alucinógenas que se encuentran en algunos tipos de hongos. Mínimamente (si es que no probó cosas menos naturales), como correspondía a su generación y a los nacidos en la Costa Oeste de los EEUU (esto último es un cliché tan grande, pero tan romántico). Supongo que de forma bastante sana. Como constantemente se sugiere en “Dune” lo que puede ser algo liberador y poderoso, también puede ser adictivo o incluso mortal. La especia que sólo se produce en Arrakis, y en ningún otro sitio del Universo, es ampliamente descrita a lo largo de la novela. Engancha, amplifica los estados mentales, nuestros ojos se vuelven azules... pero a falta de ella, tras un consumo alargado en el tiempo, se produce la muerte...

 

                             Mapa de Arrakis

 

57 años tiene la novela. Contemporáneamente, se ha estrenado la versión cinematográfica de Dennis Villeneuve, a la que espero poder echar el guante dentro de poco. La novela de ciencia ficción más vendida de la historia. Anticipadora concreta de todo el universo de “Star Wars”. Símbolo de apología ecologista, y en estos tiempos, catalizadora de eso que se denomina “cambio climático”. Casi seiscientas páginas. Y lo que es más sobresaliente: definitoria de lo que es ciencia ficción, y no fantasía. La plena y consciente racionalización del Universo, eso sí, por momentos tamizada por el efecto de algunas sustancias naturales.

Mi acercamiento a “Dune” ha sido clásico. La manera de escribir de Herbert es clásica. Por su estilo, el ritmo, y el tono a veces algo aleccionador recuerdan más a la tradición del novelesco siglo XIX. Los pequeños párrafos introductorios a cada capítulo son de una densidad, belleza y profundidad inauditas. Si a lo largo de toda la novela se juega con la idea del futuro avistado, nunca cierto, a veces más probable que otras, se puede decir a su vez que esta novela parece ser escrita en el año 1865, por un visionario que en realidad añade muy poca tecnología. Es más, Herbert se inventa una revuelta universal (la Jihad Butleriana) por la que los ordenadores, robots y demás máquinas pensantes no hacen acto de aparición (un gran acierto). Es una novela de ideas, o más directamente, una bildungsroman. Como también lo es el “Dhalgren” de Samuel R. Delany. La clásica novela de formación de un héroe. En este caso, Paul Atreides.

Digo que mi acercamiento a “Dune” ha sido clásico porque antes de leer la obra, en su día vi la película de David Lynch (hace diez años). En su día me compré el cd de “Chronolyse” (1978) del músico francés Richard Pinhas, obra electrónica dedicada a “Dune”*. Y está el “Dune” de Klaus Schulze. Esto es como leer de pequeño un cómic adaptado de “Los viajes de Gulliver”, y leer la obra entera de adulto. Esto creo que es ser un clásico de verdad. La obra penetra en otras realidades culturales ajenas a ella, y a través de éstas, su original manifestación acaba por ser explorada finalmente. Y constantemente, a lo largo del tiempo, surgen más representaciones.

[*] Richard Pinhas dedica un tema a Paul Atreides (una sinfonía de casi treinta minutos) y otro a Duncan Idaho. Curiosamente, no a Gurney Halleck, que es mucho más protagonista que Idaho... al menos en el primer “Dune”. Y yo por eso pensaba que Idaho sería un personaje mucho más importante. ¡La Luna “Chronolyse” girando alrededor de Arrakis! 

 

                                                                         Chronolyse (1978)

No es fácil resumir “Dune”. El argumento es quizá lo de menos. La eterna disputa entre poseedores y desposeídos, entre los que lo tienen casi todo y quieren el resto, y entre los que no teniendo casi nada, logran alcanzar la gloria absoluta. 

 

                                                                      Así comienza "Dune"

 

Como ya he dicho, el motor que hace que la historia funcione es la constante racionalización de lo que ocurre. Y precisamente lo que mejor se explica, se sugiere, se corrobora, se comprueba es este proceso aplicado a la religión. Que no es otra cosa que una “ingeniería” humana realizada para cumplir una serie de objetivos previamente marcados. En uno de los apéndices finales que completan nuestro conocimiento sobre Arrakis, Herbert se refiere a los viajes espaciales como la nueva religión, teniendo en cuenta el grado de especulación mística que pueden llegar a sugerir.

¿A alguien le sorprende que el muy católico Tolkien no quisiera saber nada de “Dune”? Peor para él. Pero el tiempo planta sus propias semillas y a día de hoy, en el año 2022 de nuestra era, el gran fruto es que sabemos que “El señor de los anillos” es fantasía y que “Dune” es ciencia ficción. Aunque esto no sea ningún consuelo, es probable que hayamos hecho la “toma de conciencia” necesaria.

Como hacen los Fremen, habitantes del desierto de Arrakis, cuando su planetólogo Kynes les dice que cambiar la ecología del planeta bien puede llevar 400 o 500 años.

Hay un narrador omnisciente que cuenta todo en tercera persona, pero se añade en infinidad de ocasiones una interpretación en cursiva de lo que piensa en ese momento el personaje que ha hablado o actuado, o de su contraparte. Así como reflexiones numerosísimas del propio narrador, a través de sus personajes, que nos va dando pistas de lo que ocurre. Es el ensamblaje también lo que cuenta, y Herbert hace un montaje perfecto de la historia, nunca deteniéndose demasiado en alguna de las escenas, pero siempre añadiendo la atmósfera y el espacio necesarios para todas ellas.

Describe tres combates de hombre a hombre de forma antológica, especialmente el de Paul con Jamis, el Fremen que desea conservar las costumbres de su pueblo. El de Feyd-Rautha (sobrino del malvado Barón Harkonnen) con un esclavo. Y el último y final entre Paul y Feyd-Rautha.

En cuanto a las mujeres, en Arrakis, las Fremen (¿o Frewomen?) viven en una situación de relativo empoderamiento, porque en este caso, se trata de un pueblo entero que vive bajo el yugo de los Harkonnen y que debe luchar por su futuro en conjunto.

Pero la imagen general es que la mujer con cierto poder está muy relacionada con la idea de bruja, o de persona intrigante. Ejemplo, la propia madre de Paul, que cuántas veces es aludida como bruja o incluso traidora de la causa Atreides.

Se conjugan en la novela una serie de líneas argumentales en cuanto a los diferentes poderes que surgen de la mente, y del propio ecosistema de Arrakis. Las profecías son fabricaciones milenarias. El Bene Gesserit, sin embargo, no sale muy bien parado en uno de los apéndices finales. La investigación del ecosistema del planeta se explica poco a poco a lo largo de la historia, y más en detalle, en otro apéndice final. Administrar toda esta información no es fácil, pero Herbert cumple sobradamente, con las correspondientes dosis de suspense.

 


Es la cubierta del ejemplar que he leído la que exhibe uno de los frecuentes spoilers con los que hay que convivir ante la lectura de un clásico [antes de leerlo, uno ya conoce ciertas cosas], aunque es una idea que se va sugiriendo poco a poco en la novela, en las visiones de Paul, concretamente: los Fremen son capaces de cabalgar los tremendos gusanos que viven bajo el desierto de Arrakis, los catalizadores de la producción natural de la especia o melange tan demandada en el resto del Universo.

 


 

Como ya he apuntado también, Herbert juega continuamente con la idea del tiempo. El futuro es el pasado, se sugiere muchas veces. En cierta manera así es, pues lo que es el futuro para Paul y los lectores de sus aventuras, ya es pasado, pues todo está contado en “El despertar de Arrakis” de la Princesa Irulan, una de las fuentes bibliográficas que son usadas en esos preciosos párrafos introductorios a cada capítulo. Quizá la fuente más importante sea “Un manual sobre Muad’Dib’”, de también la Princesa Irulan. También “En la casa de mi padre” [el emperador Shadamm IV], de la Princesa Irulan. O de la misma autora, “Antología de dichos de Muad’Dib’”.

Copio uno de los párrafos aludidos, de la primera parte, el capítulo “Dune” dentro de “Dune”:

 

Greatness is a transitory experience. It is never consistent. It depends in part upon the myth-making imagination of humankind. The person who experiences greatness must have a feeling for the myth he is in. He must reflect what is projected upon him. And he must have a strong sense of the sardonic. This is what uncouples him from belief in his own pretensions. The sardonic is all that permits him to move within himself. Without this quality, even ocasional greatness will destroy a man.

-from ‘Collected Sayings of Muad’Dib’ by the Princess Irulan

Siguiendo con la idea del tiempo, quizá lo más bonito de leer “Dune” es que el lector entra dentro de esta especie de epopeya griega, en el tiempo y en el espacio. Me ha llevado cuatro meses leer la novela. Uno casi necesita de la paciencia de los Fremen (para que el proceso regenerativo de Arrakis funcione), pero a fuerza de constancia e interés uno se solaza, se asombra, se evade, se hace mejor persona leyendo “Dune”. Que no es poco. Y cuando llegue el verano y haga calor, pensemos en esa gente que vive en un desierto que puede llegar en superficie a los 80 Cº. Y cuando sea posible, proseguir con “El Mesías de Dune”...

Este es mi pequeño homenaje a esta magna obra de James Herbert.

 

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